lunes, 19 de abril de 2021

Albert Camus - Calígula (Acto tercero) (1944)

Calígula
(Acto tercero)

por Albert Camus





ESCENA 1.ª

Antes de alzarse el telón, suenan címbalos y tambores. Se levanta el telón y se ve una especie de espectáculo de feria. En el centro hay una cortina ante la cual, sobre un pequeño estrado, se hallan HELICÓN y CESONIA. Los que tañen los címbalos se yerguen a cada lado. Sentados de espaldas a los espectadores, un grupo de PATRICIOS y el joven ESCIPIÓN.

HELICÓN (Recitando con tono de charlatán de feria). ¡Acercaos! (Címbalos). Una vez más, los dioses han descendido a la tierra. Cayo, César y Dios, cuyo sobrenombre es Calígula, les ha prestado su forma humana. Acercaos, toscos mortales, que va a producirse ante vuestros ojos el milagro sagrado. En virtud de un favor otorgado singularmente al reino bendito de Calígula, los secretos divinos van a ser revelados a la vista de todos.

(Címbalos).

CESONIA

¡Acercaos, señores! Adorad y aportad vuestro óbolo. El misterio celeste se halla hoy al alcance de todos los bolsillos.

(Címbalos).

HELICÓN

El Olimpo y sus arcanos, sus intrigas, sus intimidades y sus miserias. ¡Acercaos! ¡Acercaos! ¡Toda la verdad sobre los dioses!

CESONIA

Adorad y aportad vuestro óbolo. Acercaos, señores. Va a empezar la función.

(Címbalos. Trajín de ESCLAVOS, que acarrean distintos objetos al estrado).

HELICÓN

Una recreación impresionantemente real, algo sin precedentes. Los majestuosos decorados del poder divino traídos a la tierra, una sensacional y desmesurada atracción, el rayo (Los ESCLAVOS encienden fuegos griegos.), el trueno (Hacen rodar un tonel lleno de piedras.), el mismísimo destino en su marcha triunfal. ¡Acercaos y contemplad!

(Descorre la cortina y CALÍGULA, grotescamente disfrazado de Venus, aparece sobre un pedestal).

CALÍGULA (Amable).

Hoy soy Venus.

CESONIA

Comienza la adoración. Prosternaos (Todos, salvo ESCIPIÓN, se prosternan) y repetid conmigo la sagrada oración a Calígula-Venus:

«Diosa de los dolores y de la danza…».

LOS PATRICIOS

«Diosa de los dolores y de la danza…».

CESONIA

«Nacida de las olas, viscosa y amarga en medio de la sal y la espuma…».

LOS PATRICIOS

«Nacida de las olas, viscosa y amarga en medio de la sal y la espuma…».

CESONIA

«Tú, semejante a una risa y a una añoranza…».

LOS PATRICIOS

«Tú, semejante a una risa y a una añoranza…».

CESONIA

«… un rencor y un arrebato…».

LOS PATRICIOS

«… un rencor y un arrebato…».

CESONIA

«Enséñanos la indiferencia que hace renacer los amores…».

LOS PATRICIOS

«Enséñanos la indiferencia que hace renacer los amores…».

CESONIA

«Instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que estriba en no poseerla…».

LOS PATRICIOS

«Instrúyenos sobre la verdad de este mundo, que estriba en no poseerla…».

CESONIA

«Y danos fuerzas para ser dignos de esa verdad sin igual…».

LOS PATRICIOS

«Y danos fuerzas para ser dignos de esa verdad sin igual…».

CESONIA

¡Pausa!

LOS PATRICIOS

¡Pausa!

CESONIA (Prosiguiendo).

«Cólmanos con tus dones, esparce sobre nuestros rostros tu imparcial crueldad, tu odio puramente objetivo; abre sobre nuestros ojos tus manos llenas de flores y crímenes».

LOS PATRICIOS

«… tus manos llenas de flores y crímenes».

CESONIA

«Acoge a tus hijos descarriados. Recíbelos en el desnudo asilo de tu amor indiferente y doloroso. Danos tus pasiones sin objeto, tus dolores carentes de razón y tus alegrías sin futuro…».

LOS PATRICIOS

«… y tus alegrías sin futuro…».

CESONIA (Alzando mucho la voz).

«Tú, Venus, tan vacía y tan ardiente, inhumana, pero tan terrena, embriáganos con el vino de tu equivalencia y sácianos para siempre en tu corazón negro y salado».

(Una vez pronuncian la última frase los PATRICIOS, CALÍGULA, inmóvil hasta ese momento, se despabila y dice con voz estentórea).

CALÍGULA

Concedido, hijos míos, vuestros deseos se verán cumplidos.

(Se sienta con las piernas cruzadas en el pedestal. Los PATRICIOS se prosternan uno tras uno, entregan su óbolo y se alinean a la derecha antes de desaparecer. El último, nervioso, olvida dejar el óbolo y se retira. Pero CALÍGULA se pone en pie de un salto).

CALÍGULA

¡Eh! ¡Eh! Ven aquí, muchacho. Adorar está bien, pero mejor es enriquecer. Gracias. Así está bien. Si los dioses no poseyeran otras riquezas que el amor de los mortales, serían tan pobres como el pobre Calígula. Y ahora, señores, podéis retiraros y difundir por la ciudad el sorprendente milagro que habéis tenido el honor de presenciar: habéis visto a Venus, lo que se dice ver, con vuestros ojos mortales, y Venus os ha hablado. (Los PATRICIOS se ponen en movimiento). ¡Un segundo! Al salir, tomad el pasillo de la izquierda. En el de la derecha he apostado unos guardias que tienen la orden de asesinaros.

(Los PATRICIOS salen precipitadamente y con cierto desorden. Desaparecen los ESCLAVOS y los MÚSICOS).


ESCENA 2.ª

(HELICÓN amenaza a ESCIPIÓN con el dedo).

HELICÓN

¡Otra vez jugando a anarquista, Escipión!

ESCIPIÓN (A CALÍGULA).

Has blasfemado, Cayo.

HELICÓN

¿Y eso qué quiere decir exactamente?

ESCIPIÓN

Mancillas el cielo después de ensangrentar la tierra.

HELICÓN

A este joven le encantan las frases altisonantes.

(HELICÓN se tumba en un sofá).

CESONIA (Con voz muy tranquila).

Te estás pasando de la raya, muchacho; en este momento, en Roma mueren personas por discursos mucho menos elocuentes.

ESCIPIÓN

He decidido decirle la verdad a Cayo.

CESONIA

¡Ya ves, Calígula, lo que le faltaba a tu reinado! ¡Una noble figura moral!

CALÍGULA (Interesado).

¿O sea que crees en los dioses, Escipión?

ESCIPIÓN

No.

CALÍGULA

Pues entonces no entiendo cómo es que detectas tan rápidamente las blasfemias.

ESCIPIÓN

Puedo negar una cosa sin tener por qué ensuciarla o privar a los demás del derecho de creer en ella.

CALÍGULA

¡Pero si eso es modestia, sí, auténtica modestia! ¡Ah, querido Escipión, cuánto me alegro por ti! ¡Y cómo te envidio también! Porque ese es el único sentimiento que tal vez no llegue nunca a experimentar.

ESCIPIÓN

No me envidias a mí, envidias a los mismos dioses.

CALÍGULA

Si te parece, eso constituirá el gran secreto de mi reinado. Cuanto se me puede reprochar en este momento es haber progresado un poco en el terreno del poder y de la libertad. Para un hombre que ama el poder, la rivalidad de los dioses resulta un tanto irritante. Yo la he eliminado. He demostrado a esos dioses ilusorios que un hombre, con solo proponérselo, puede ejercer, sin aprendizaje previo, su ridículo oficio.

ESCIPIÓN

Esa es la blasfemia, Cayo.

CALÍGULA

No, Escipión, eso es clarividencia. Sencillamente, he comprendido que la única manera de igualarse a los dioses es ser tan cruel como ellos.

ESCIPIÓN

Basta con ser un tirano.

CALÍGULA

¿Qué es un tirano?

ESCIPIÓN

Un alma ciega.

CALÍGULA

No es tan seguro, Escipión. Un tirano, sí, es un hombre que sacrifica pueblos a sus ideas o a su ambición. Pero yo no tengo ideas ni nada a que aspirar ya en lo que hace a honores o poder. Solo ejerzo ese poder para compensar.

ESCIPIÓN

¿Para compensar el qué?

CALÍGULA

La estupidez y el odio de los dioses.

ESCIPIÓN

El odio no compensa el odio. El poder no es una solución. Y no conozco más que una forma de equilibrar la hostilidad del mundo.

CALÍGULA

¿Y cuál es?

ESCIPIÓN

La pobreza.

CALÍGULA (Mientras se arregla los pies).

Tendré que probar eso también.

ESCIPIÓN

Entretanto, mueren muchos hombres a tu alrededor.

CALÍGULA

Poquísimos, Escipión, te lo aseguro. ¿Sabes cuántas guerras he rechazado?

ESCIPIÓN

No.

CALÍGULA

Tres. ¿Y sabes por qué las he rechazado?

ESCIPIÓN

Porque te trae sin cuidado la grandeza de Roma.

CALÍGULA

No, porque respeto la vida humana.

ESCIPIÓN

Me estás tomando el pelo, Calígula.

CALÍGULA

Por lo menos, la vida humana me inspira más respeto que un ideal de conquista. Pero también es cierto que no la respeto más que a mi propia vida. Y si me resulta fácil matar, es porque no me resulta difícil morir. No, cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que no soy un tirano.

ESCIPIÓN

¿Qué más da, si hemos de pagar tan alto precio?

CALÍGULA (Con cierta impaciencia).

Si supieras contar, sabrías que la menor guerra en la que se embarcara un tirano razonable os costaría mil veces más cara que los caprichos de mi fantasía.

ESCIPIÓN

Pero al menos sería algo razonable, porque lo fundamental es entender.

CALÍGULA

No puede entenderse el destino, y por eso me he erigido yo en destino. He adoptado el rostro estúpido e incomprensible de los dioses. Y eso es lo que han aprendido a adorar los que hace un rato estaban contigo.

ESCIPIÓN

Y esa es la blasfemia, Cayo.

CALÍGULA

No, Escipión, ¡eso es el arte dramático! El error en que caen todos esos hombres es que no acaban de creer en el teatro. Si no, sabrían que cualquier hombre puede permitirse representar las tragedias celestes y convertirse en dios. Basta con endurecerse el corazón.

ESCIPIÓN

Tal vez, Cayo. Pero, si eso es cierto, creo que has hecho lo necesario para que un día se alcen a tu alrededor legiones de dioses humanos, implacables a su vez, y aneguen en sangre tu divinidad pasajera.

CESONIA

¡Escipión!

CALÍGULA (Con voz precisa y dura).

Déjale, Cesonia. No vas nada descaminado, Escipión: he hecho lo necesario. Me cuesta imaginar el día al que te refieres. Pero alguna vez sueño con él. Y sí, en todos los rostros que avanzan hacia mí desde el fondo de esa noche amarga, en sus rasgos contraídos por el odio y la angustia, reconozco, fascinado, al único dios que he adorado en este mundo: un dios miserable y cobarde como el corazón humano. (Con irritación). Y ahora vete. Has hablado demasiado. (Cambiando de tono). Todavía tengo que pintarme de rojo las uñas de los pies. Y la cosa urge.

(Salen todos, salvo HELICÓN, que se pasea en torno a CALÍGULA, mientras este sigue concentrado en sus pies).


ESCENA 3.ª

CALÍGULA

¡Helicón!

HELICÓN

Dime, Calígula.

CALÍGULA

¿Adelanta tu trabajo?

HELICÓN

¿Qué trabajo?

CALÍGULA

Pues… ¡la luna!

HELICÓN

Voy progresando. Es cuestión de paciencia. Pero me gustaría hablar contigo.

CALÍGULA

Puede que tenga paciencia, pero no dispongo de mucho tiempo. La cosa urge, Helicón.

HELICÓN

Ya te he dicho que haré cuanto pueda. Pero antes tengo que comunicarte cosas muy graves.

CALÍGULA (Como si no hubiera oído).

Te diré que ya la he poseído.

HELICÓN

¿A quién?

CALÍGULA

A la luna.

HELICÓN

Sí, claro. Pero ¿sabes que están conspirando contra tu vida?

CALÍGULA

La he poseído, totalmente incluso. Solo dos o tres veces, eso sí. Pero la he poseído.

HELICÓN

Hace tiempo que quiero hablar contigo.

CALÍGULA

Fue el verano pasado. Llevaba tanto tiempo mirándola y acariciándola en las columnas del jardín, que acabó entendiéndolo.

HELICÓN

Dejemos ese juego, Cayo. Aunque no quieras escucharme, mi obligación es decírtelo. Allá tú, si no me quieres oír.

CALÍGULA (Que sigue acuclillado, pintándose las uñas de los pies).

Este esmalte no vale nada. Pero, volviendo a la luna, todo ocurrió una espléndida noche de agosto. (HELICÓN se vuelve con rabia y calla, inmóvil). Algún remilgo hizo. Yo estaba ya acostado. Al principio se la veía envuelta en sangre en el horizonte. Luego empezó a subir, cada vez más ligera y veloz. Conforme subía iba haciéndose más clara. Se acabó convirtiendo en una especie de lago de agua lechosa en medio de aquella noche cuajada de temblorosas estrellas. Llegó entonces con aquel calor, suave, ligera y desnuda. Traspasó el umbral de la habitación y con su firme lentitud se acercó hasta mi cama, se introdujo en ella y me inundó con sus sonrisas y su fulgor. Decididamente, este esmalte no vale nada. Pero, como ves, Helicón, puedo decir sin jactarme que la he poseído.

HELICÓN

¿Quieres escucharme y enterarte de lo que te amenaza?

CALÍGULA (Se queda quieto y le mira fijamente).

Yo solo quiero la luna, Helicón. De sobra sé que me matarán. Pero todavía no he agotado lo que puede mantenerme vivo. Por eso quiero la luna. Y no vuelvas a presentarte ante mí sin habérmela conseguido.

HELICÓN

Entonces cumpliré con mi deber y te diré lo que tengo que decirte. Se está tramando una conspiración contra ti. La encabeza Quereas. Ha llegado a mis manos esta tablilla, que puede informarte de lo fundamental. La dejo aquí.

(HELICÓN deposita la tablilla en uno de los asientos y se retira).

CALÍGULA

¿Adónde vas, Helicón?

HELICÓN (Desde el umbral).

A buscarte la luna.


ESCENA 4.ª

(Llaman tímidamente a la puerta del fondo. CALÍGULA se vuelve bruscamente y divisa a EL VIEJO PATRICIO).

EL VIEJO PATRICIO (Titubeando).

¿Me permites, Cayo?

CALÍGULA (Impaciente).

Está bien, pasa. (Mirándolo). Bueno, bonita, ¿qué ocurre? ¿Quieres volver a ver a Venus?

EL VIEJO PATRICIO

No, no es eso. ¡Silencio! ¡Oh!, perdón, Cayo…, quiero decir… Tú sabes que yo te quiero mucho… Lo único que deseo es terminar mis días en paz y tranquilidad…

CALÍGULA

¡Vamos! ¡Acaba de una vez!

EL VIEJO PATRICIO

Sí, bueno. En fin… (Muy rápido). Es muy grave, eso es todo.

CALÍGULA

No, no es nada grave.

EL VIEJO PATRICIO

Pero ¿a qué te refieres, Cayo?

CALÍGULA

A ver, ¿de qué hablamos, amor mío?

EL VIEJO PATRICIO (Mirando a su alrededor).

O sea… (Muy crispado, acaba estallando). Una conspiración contra ti…

CALÍGULA

¿Lo ves? Lo que te decía, no es nada grave.

EL VIEJO PATRICIO

Cayo, quieren matarte.

CALÍGULA (Se acerca a EL VIEJO PATRICIO y lo coge por los hombros).

¿Sabes por qué no puedo creerte?

EL VIEJO PATRICIO (Haciendo ademán de jurar).

Por todos los dioses, Cayo…

CALÍGULA (Despacio y empujándolo hacia la puerta).

No jures, sobre todo no jures. Antes bien, escucha. De ser cierto lo que me dices, cabe suponer que estás traicionando a tus amigos, ¿no?

EL VIEJO PATRICIO (Un tanto desconcertado).

Bueno, Cayo, es que mi amor por ti…

CALÍGULA (Con el mismo tono).

Y eso es algo que no puedo concebir. Siempre he aborrecido la cobardía, tanto que me vería incapaz de no matar a un traidor. Yo te conozco bien. Y estoy seguro de que no querrás ni traicionar ni morir.

EL VIEJO PATRICIO

¡Desde luego, Cayo, desde luego!

CALÍGULA

Pues ya ves que tenía razón no creyéndote. No eres un cobarde, ¿verdad que no?

EL VIEJO PATRICIO

¡Oh, no!…

CALÍGULA

¿Ni un traidor?

EL VIEJO PATRICIO

Eso ni lo dudes, Cayo.

CALÍGULA

Por consiguiente, no hay conspiración. Dime, ¿a que solo era una broma?

EL VIEJO PATRICIO (Descompuesto).

Una broma, una simple broma…

CALÍGULA

Nadie quiere matarme, está claro, ¿no?

EL VIEJO PATRICIO

Por supuesto que no. Nadie quiere matarte.

CALÍGULA (Respirando con fuerza, luego lentamente).

Entonces esfúmate, bonita. Un hombre de honor es un animal tan raro en este mundo que no sé si podría aguantar mucho rato su presencia. Necesito quedarme solo para saborear este gran momento.


ESCENA 5.ª

(Desde donde está, CALÍGULA contempla un instante la tablilla. La coge y la lee. Respira hondo y llama a un GUARDIA).

CALÍGULA

Tráeme a Quereas. (Sale EL GUARDIA). Un momento. (EL GUARDIA se detiene). Con buenas maneras.

(Sale EL GUARDIA. CALÍGULA se pasea un poco de aquí para allá. Luego se dirige hacia el espejo).

CALÍGULA

Habías decidido ser lógico, idiota. La cuestión es saber hasta dónde te puede llevar eso. (Con ironía). Si te trajeran la luna, todo cambiaría, ¿no? Lo imposible pasaría a ser posible y en consecuencia todo quedaría transfigurado de repente. ¿Por qué no, Calígula? ¿Quién puede saberlo? (Mira en torno a él). Es curioso, cada vez hay menos gente a mi alrededor. (Al espejo, con voz sorda). Demasiados muertos, demasiados muertos, demasiados muertos, eso lo va dejando todo vacío. Aunque me trajeran la luna, no podría volver atrás. Por más que los muertos vibrasen bajo la caricia del sol, los asesinatos no quedarían enterrados. (Enfurecido). La lógica, Calígula, hay que perseverar en la lógica. El poder hasta el final, el abandono hasta el final. No, imposible volver atrás. ¡Hay que llegar hasta la consumación!

(Entra QUEREAS).


ESCENA 6.ª

CALÍGULA, repantigado en el asiento, como embutido en su manto. Parece extenuado.

QUEREAS

¿Me has mandado llamar, Cayo?

CALÍGULA (Con voz débil).

Sí, Quereas. ¡Guardias! ¡Antorchas!

(Silencio).

QUEREAS

¿Tienes algo especial que decirme?

CALÍGULA

No, Quereas.

(Silencio).

QUEREAS (Con cierta irritación).

¿Estás seguro de que me necesitas?

CALÍGULA

Totalmente seguro, Quereas. (Nuevo silencio. Repentinamente solicito). Pero discúlpame. Estaba distraído y te he recibido muy mal. Coge ese asiento y conversemos amigablemente. Necesito charlar un rato con una persona inteligente.

(QUEREAS se sienta).

CALÍGULA (Natural, a lo que parece, por primera vez desde el comienzo de la obra).

Quereas, ¿crees que dos hombres con un alma y un orgullo similares pueden, cuando menos una vez en la vida, hablarse con el corazón en la mano, como si estuvieran desnudos el uno frente al otro, prescindiendo de los prejuicios, de los intereses particulares y de las mentiras en que viven?

QUEREAS

En mi opinión, es posible, Cayo. Pero creo que tú eres incapaz de hacerlo.

CALÍGULA

Tienes razón. Solo deseaba saber si pensabas como yo. Pongámonos, pues, las máscaras. Utilicemos nuestras mentiras. Hablémonos como en los combates, cubiertos totalmente hasta la empuñadura de la espada. ¿Por qué no me quieres, Quereas?

QUEREAS

Porque no hay nada amable en ti, Cayo. Porque son cosas que no dependen de uno mismo. Y porque te entiendo demasiado bien y no se puede amar al rostro que uno procura enmascarar en su interior.

CALÍGULA

¿Por qué me odias?

QUEREAS

En eso te equivocas, Cayo. Yo no te odio. Creo que eres un ser dañino y cruel, egoísta y vanidoso. Pero no puedo odiarte porque dudo que seas feliz. Y no puedo despreciarte porque sé que no eres un cobarde.

CALÍGULA

Entonces, ¿por qué quieres matarme?

QUEREAS

Ya te lo he dicho: te considero dañino. Me gusta la seguridad, la necesito. La mayoría de los hombres son como yo. Les resulta imposible vivir en un universo en el que, en un segundo, el pensamiento más extravagante puede penetrar en la realidad, en el que, las más de las veces, ese pensamiento penetra en ella como un cuchillo en el corazón. Yo tampoco quiero vivir en semejante universo. Prefiero saber por dónde piso.

CALÍGULA

La seguridad y la lógica no van a la par.

QUEREAS

Es cierto. No es lógico, pero es sano.

CALÍGULA

Continúa.

QUEREAS

No tengo nada más que decir. No quiero entrar en tu lógica. Tengo otro concepto de mis deberes como hombre. Me consta que la mayoría de tus súbditos opinan como yo. Eres un estorbo para todos. Es natural que desaparezcas.

CALÍGULA

Todo eso está muy claro y es muy legítimo. Para la mayoría de los hombres sería incluso evidente. Pero no para ti. Tú eres inteligente y la inteligencia se paga cara o se niega. Yo la pago. Pero tú, ¿por qué ni la niegas ni quieres pagarla?

QUEREAS

Porque tengo ganas de vivir y de ser feliz. Creo que ninguna de estas dos cosas es posible si se lleva el absurdo hasta sus últimas consecuencias. Soy como todo el mundo. Para sentirme liberado de ello, a veces deseo la muerte de quienes amo, codicio mujeres que me están vedadas por las leyes de la familia o de la amistad. Para ser lógico, debería entonces matar o poseer. Pero considero que esas ideas vagas carecen de importancia. Si todo el mundo las llevara a cabo, no podríamos vivir ni ser dichosos. Una vez más, eso es lo que me importa.

CALÍGULA

Y por lo tanto necesitas creer en una idea superior.

QUEREAS

Creo que hay actos mejores y peores.

CALÍGULA

En cambio, para mí todos son equivalentes.

QUEREAS

Lo sé, Cayo, y por eso mismo no te odio. Pero eres un estorbo, y por tanto tienes que desaparecer.

CALÍGULA

Así es. Pero ¿por qué me lo anuncias si al hacerlo te juegas la vida?

QUEREAS

Porque detrás de mí vendrán otros y porque no me gusta mentir.

(Un silencio).

CALÍGULA

¡Quereas!

QUEREAS

Sí, Cayo.

CALÍGULA

¿Crees que dos hombres con un alma y un orgullo similares pueden, cuando menos una vez en la vida, hablarse con el corazón en la mano?

QUEREAS

Creo que es lo que acabamos de hacer.

CALÍGULA

Sí, Quereas. Y eso que me considerabas incapaz.

QUEREAS

Estaba equivocado, Cayo, lo reconozco y te lo agradezco. Ahora aguardo tu sentencia.

CALÍGULA (Distraído).

¿Mi sentencia? ¡Ah!, quieres decir… (Sacándose la tablilla del manto). ¿Conoces esto, Quereas?

QUEREAS

Sabía que lo tenías.

CALÍGULA (Con tono apasionado).

Sí, Quereas, y tu misma franqueza era fingida. Los dos hombres no se han hablado con el corazón en la mano. De todas formas, da igual. Ahora dejaremos de jugar a ser sinceros y volveremos a ser como antes. De nuevo tendrás que procurar entender mis palabras y soportar mis ofensas y mis malos humores. Escucha, Quereas. Esta tablilla es la única prueba.

QUEREAS

Me voy, Cayo. Este juego estrambótico me tiene harto. Lo conozco demasiado y no quiero verlo más.

CALÍGULA (Con la misma voz apasionada y sopesando las palabras).

Quédate. Es la única prueba, ¿verdad?

QUEREAS

No creo que necesites pruebas para mandar ejecutar a un hombre.

CALÍGULA

Cierto. Pero, por una vez, quiero contradecirme. Eso no molesta a nadie. Y es muy saludable contradecirse de vez en cuando. Y descansa. Yo necesito descansar, Quereas.

QUEREAS

No lo entiendo y no me gustan las complicaciones.

CALÍGULA

Por supuesto, Quereas. Tú eres un hombre sano. ¡No deseas nada que se salga de lo normal! (Soltando una carcajada). Quieres vivir y ser feliz. ¡Ni más ni menos!

QUEREAS

Creo que será mejor que lo dejemos.

CALÍGULA

Todavía no. Un poco de paciencia, ¿de acuerdo? Tengo aquí esta prueba, mírala. Quiero pensar que no puedo condenaros a muerte sin ella. Esa idea me descansa la mente. Pues ahora vas a ver en qué se convierten las pruebas en manos de un emperador.

(Acerca la tablilla a una antorcha. QUEREAS se aproxima. Los separa la antorcha. La tablilla se derrite).

CALÍGULA

¡Ya ves, conspirador! Se derrite, y conforme desaparece esta prueba, se alza un alba de inocencia en tu rostro…, sobre esa frente admirable que tienes, Quereas. ¡Qué hermoso es un inocente, realmente hermoso! Admira mi poder. Ni los propios dioses pueden devolver la inocencia sin antes castigar. En cambio, a tu emperador le basta una antorcha para absolverte y alentarte. Prosigue, Quereas, prosigue hasta el final el magnífico razonamiento que me has expuesto. Tu emperador aguarda el descanso. Es mi manera de vivir y de ser feliz.

(QUEREAS mira a CALÍGULA con estupor. Esboza un gesto, parece comprender, abre la boca y sale bruscamente. CALÍGULA continúa sosteniendo la tablilla en la llama y, sonriendo, sigue a QUEREAS con la vista).

TELÓN

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