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miércoles, 30 de enero de 2013

Georges Bataille - La mentira poética de la animalidad

La mentira poética de la animalidad
por Georges Bataille



Nada, a decir verdad, nos está más cerrado que esa vida animal de la que hemos salido. Nada es más extraño a nuestra manera de pensar que la tierra en el seno del universo silencioso y no teniendo ni el sentido que el hombre da a las cosas, ni el sinsentido de las cosas en el momento en que quisiéramos imaginarlas sin una conciencia que las reflejase. En verdad, nunca podemos más que arbitrariamente figurarnos las cosas sin la conciencia, puesto que nosotros, figurarse, implican la conciencia, nuestra conciencia, adhiriéndose de una manera indeleble a su presencia. Podemos sin duda decirnos que esa adhesión es frágil, incluso en tanto que nosotros dejaremos un día de estar ahí, definitivamente. Pero nunca la aparición de una cosa es concebible más que en una conciencia que sustituya a la mía, si la mía ha desaparecido. Esta es una verdad grosera, pero la vida animal, a mitad de camino de nuestra conciencia, nos propone un enigma más embarazoso. Al representarnos el universo sin el hombre, el universo en el que la mirada del animal sería la única en abrirse ante las cosas, como el animal no es ni una cosa ni un hombre, no podemos más que suscitar una visión en la que no vemos nada, puesto que el objeto de esta visión es un deslizamiento que va de las cosas que no tienen sentido si están solas, al mundo lleno de sentido implicado por el hombre que da a cada cosa el suyo. Por esto no podemos describir un objeto tal de una manera precisa. O mejor, la manera correcta de hablar de ello no puede ser abiertamente más que poética, en tanto que la poesía no describe nada que no se deslice hacia lo incognoscible. En la medida en que podemos hablar ficticiamente del pasado como de un presente, acabamos por hablar de animales prehistóricos, igual que de plantas, de rocas y de aguas, como de cosas, pero describir un paisaje unido a esas condiciones no es más que una tontería, a menos que se trate de un salto poético. No hubo paisajes en un mundo en el que los ojos que se abrían no aprehendían lo que miraban, en el que, a nuestra medida, los ojos no veían. Y si ahora, en el desorden de mi espíritu, contemplando como un bruto esa ausencia de visión, me pongo a decir: «No había ni visión ni nada, nada más que una embriaguez vacía a la que el terror, el sufrimiento y la muerte, que limitaban, daban una especie de espesor...», no hago más que abusar de un poder poético, sustituyendo la nada de la ignorancia por una fulguración indistinta. Ya lo sé: el espíritu no podría pasarse sin una fulguración de palabras que le forma una aureola fascinante: es su riqueza, su gloria, y es un signo de soberanía. Pero esta poesía no es más que una vía por la que un hombre va de un mundo cuyo sentido es pleno a la dislocación final de los sentidos, de todo sentido, que se revela pronto como inevitable. No hay más que una diferencia entre lo absurdo de las cosas consideradas sin la mirada del hombre y el de las cosas entre las que el animal está presente, y es que el primero nos propone en principio la aparente reducción de las ciencias exactas, mientras que el segundo nos abandona a la tentación pegajosa de la poesía, pues como el animal no es sencillamente cosa, no está cerrado e impenetrable para nosotros. El animal abre ante mí una profundidad que me atrae y que me es familiar. Esa profundidad en cierto sentido la conozco: es la mía. Es también lo que me es más lejanamente escamoteado, lo que merece ese nombre de profundidad que quiere decir con precisión lo que me escapa. Pero es también la poesía... En la medida en que puedo ver también en el animal una cosa (si le como —a mi manera, que no es la de cualquier otro animal— o si le domestico o si le trato como objeto de ciencia), su absurdo no es menos corto (si se quiere, menos próximo) que el de las piedras o el aire, pero no es siempre, y nunca lo es del todo, reductible a esa especie de realidad inferior que atribuimos a las cosas. Un no sé qué de dulce, de secreto y de doloroso prolonga en esas tinieblas animales la intimidad del fulgor que vela en nosotros. Todo lo que finalmente puedo mantener es que tal visión, que me hunde en la noche y me deslumbra, me acerca al momento en que, ya no dudaré más, la distinta claridad de la conciencia me alejará al máximo, finalmente, de esta verdad incognoscible que, de mí mismo al mundo, se me aparece para hurtarse.

miércoles, 16 de enero de 2013

Georges Bataille - El ojo

El ojo
por Georges Bataille



Golosina caníbal. Es sabido que el hombre civilizado se caracteriza por la agudeza de unos horrores a menudo poco explicables. El temor a los insectos es sin duda uno de los más singulares y de los más desarrollados de esos horrores, entre los cuales nos sorprende encontrar el temor al ojo. En efecto, acerca del ojo parece imposible pronunciar otra palabra que no sea seducción, pues nada es más atractivo en los cuerpos de los animales y de los hombres. Pero la seducción extrema probablemente está en el límite con el horror.

Al respecto, el ojo podría ser relacionado con lo cortante, cuyo aspecto provoca igualmente reacciones agudas y contradictorias: es lo que debieron experimentar terrible y oscuramente los autores de El perro andaluz cuando en las primeras imágenes del film decidieron los amores sangrientos de esos dos seres. Una navaja cortando con precisión el ojo deslumbrante de una mujer joven y encantadora es lo que hubiera admirado hasta la locura un joven al que miraba un gatito acostado, y que teniendo casualmente en la mano una cuchara de café, de golpe tuvo ganas de sorber un ojo con la cuchara.

Deseo singular, evidentemente, de parte de un blanco a quien los ojos de vacas, corderos y cerdos que come siempre se le ocultan. Pues el ojo, según la exquisita expresión de Stevenson, golosina caníbal, es para nosotros el objeto de tanta inquietud que nunca lo morderíamos. El ojo ocupa incluso un rango extremadamente elevado en el horror ya que es, entre otras cosas, el ojo de la conciencia. Es bastante conocido el poema de Víctor Hugo, el ojo obsesivo y lúgubre, ojo vivo y espantosamente soñado por Grandville durante una pesadilla poco antes de su muerte: el criminal "sueña que acaba de herir a un hombre en un bosque oscuro... La sangre humana ha sido derramada y, según una expresión que impone a la mente una feroz imagen, ha hecho que un roble sude. En efecto, no es un hombre sino un tronco de árbol... sangrando... que se agita y se debate... bajo el arma asesina. Las manos de la víctima se alzan en vano suplicantes. La sangre sigue corriendo". Entonces aparece el ojo enorme que se abre en un cielo negro persiguiendo al criminal a través del espacio, hasta el fondo de los mares donde lo devora luego de haber tomado la forma de un pez. Sin embargo, innumerables ojos se multiplican bajo las olas.

Grandville escribe al respecto: "¿Serían acaso los mil ojos de la multitud atraída por el espectáculo del suplicio inminente?" ¿Y por qué esos ojos absurdos se sentirían atraídos, como una nube de moscas, por algo repugnante? ¿Por qué igualmente en la tapa de un semanario ilustrado completamente sádico, publicado en París entre 1907 y 1924, aparece regularmente un ojo contra un fondo rojo encima de espectáculos sangrientos? ¿Por qué El Ojo de la Policía, semejante al ojo de la justicia humana en la pesadilla de Grandville, después de todo no es más que la expresión de una ciega sed de sangre? Semejante además al ojo de Crampon, condenado a muerte que un instante antes de que cayera la cuchilla es requerido por el capellán: rechazó al capellán pero se enucleó y le hizo el regalo jovial del ojo así arrancado, porque ese ojo era de vidrio.

lunes, 10 de septiembre de 2012

Georges Bataille - La tumba

La tumba
por Georges Bataille



I

Inmensidad criminal
agrietada vasija de la inmensidad
ruina sin limites

inmensidad que me abruma blanda
yo, blando
el universo es culpable

la locura alada mi locura
desgarra la inmensidad
y la inmensidad me desgarra

estoy solo
ciegos leerán estas líneas
en interminables túneles

caigo en la inmensidad
que cae dentro de sí
más negra es que mi muerte

negro es el sol
la belleza de un ser es el fondo de las cavernas un grito
de la noche definitiva

lo que ama en la luz
el escalofrío que la hiela
es el deseo de la noche

miento
y queda clavado el universo
en mis mentiras dementes

la inmensidad
y yo
nos descubrimos uno a otro nuestras mentiras

la verdad muere
y grito
que la verdad miente

mi cabeza azucarada
que agota la fiebre
es el suicido de la verdad

el no-amor es la verdad
y todo miente en la ausencia de amor
nada existe que no mienta

comparado al no-amor
el amor es cobarde
y no ama

el amor es parodia del no-amor
parodia la verdad de la mentira
el universo un suicidio alegre

en el no-amor
la inmensidad cae dentro de sí
sin saber qué hacer

todo está en paz para otros
los mundos giran majestuosos
con monótona calma

está en mí el universo como en sí mismo
ya nada de él me separa
me enfrento con él dentro de mí

en el calmo infinito
al que las leyes lo encadenan
se desliza hacia lo imposible inmensamente

horror
de un mundo que gira sobre su eje
el objeto del deseo está más allá

la gloria del hombre consiste
por grande que sea
en desear otra

estoy
está conmigo el mundo
expulsado fuera de lo posible

no soy sino la risa
y la noche pueril
donde cae la inmensidad

soy el muerto
el ciego
la sombra sin aire

como los ríos en la mar
sin cesar ruido y luz
en mí se pierden

soy el padre
y la tumba
del cielo

el exceso de tinieblas
es el fulgor de la estrella
el frío de la fosa un dado

la muerte echó los dados
y la profundidad de los cielos exulta
por la noche que sobre mí se desploma


II

El tiempo me oprime caigo
y me deslizo de rodillas
palpan la noche mis manos

adiós arroyos de luz
no me queda más que las sombras
los posos la sangre

espero la campanada
por donde lanzando un grito
me adentraré en las sombras


III

Un lento pie desnudo sobre mi boca
un lento pie contra el corazón
eres mi sed mi fiebre

pie de whisky
pie de vino
pie loco de subyugar

oh fusta mía dolor mío
talón que de tan alto me sojuzga
lloro porque no muero

oh sed
insaciable sed
desierto sin salida

súbita borrasca de muerte en la que grito
ciego de rodillas
y vacías las órbitas

corredor donde me río de una noche sin sentido
corredor donde me río entre portazos
en el que una flecha adoro


IV

Más allá de mí muerte
un día
la tierra gira en el cielo

estoy muerto
y las tinieblas
sin cesar se alternan con el día

cerrado está para mí el universo
en él permanezco ciego
semejante a la nada

la nada no es sino yo mismo
el universo no es sino mi tumba
el sol no es sino la muerte

mis ojos son el ciego rayo
mi corazón es el cielo
donde estalla la tormenta

en mí mismo
al fondo de un abismo
el universo inmenso es la muerte

soy la fiebre
el deseo
soy la sed

el gozo que despoja del vestido
y el vino que hace reírse
de no estar ya vestido

en una copa de ginebra
una noche de fiesta
las estrellas caen del cielo

trago el rayo a largos sorbos
voy a reírme a carcajadas
con el rayo en el corazón