jueves, 13 de agosto de 2020

Khalil Gibran - El loco (selección)

EL LOCO

(selección)

por  KHALIL GIBRAN


ME PREGUNTAS CÓMO…


Me preguntas cómo me volví loco. Ocurrió así:


Un día, mucho antes de que nacieran los dioses, desperté de un profundo sueño y descubrí que se habían robado todas mis máscaras, las siete máscaras que había modelado y usado en siete vidas.


Huí sin la máscara por las atestadas calles gritando: «¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!».


Hombres y mujeres se reían de mí, y algunos corrieron a sus casas temerosos de mí.


Y cuando llegué a la plaza del mercado, un muchacho de pie sobre el techo de una casa, gritó: «¡Es un loco!».


Alcé la vista para mirarlo y por primera vez el sol besó mi rostro desnudo. Por primera vez el sol besó mi rostro desnudo, y mi alma se inflamó de amor por el sol y ya no deseé más mis máscaras. Como en éxtasis grité «¡Benditos, benditos sean los ladrones que me han robado mis máscaras!».


Así fue como me volví loco.


Y he hallado libertad y salvación en mi locura, la libertad de estar solo y a salvo de ser comprendido, porque aquellos que nos comprenden esclavizan algo nuestro.


* * *


AMIGO MÍO


Amigo mío, no soy lo que parezco. Mi apariencia no es más que el traje que visto, un traje cuidadosamente tejido que me protege a mí de tu curiosidad, y a ti de mi negligencia.


El yo que hay en mí, amigo mío, habita en la casa del silencio, y en ella vivirá para siempre inadvertido, inaccesible.


No quisiera hacerte creer en lo que digo ni que confiaras en lo que hago, porque mis palabras no son sino tus propios pensamientos transformados en sonido; y mis acciones tus propias esperanzas convertidas en acción.


Cuando tú dices «El viento sopla hacia el Este» yo digo «Sí, sopla hacia el Este»; porque no quisiera hacerte saber que mi mente no medita sobre el viento, sino sobre el mar.


Tú no puedes comprender mis pensamientos marinos, ni yo quisiera hacértelos entender a ti. Preferiría estar solo con el mar.


Cuando es de día para ti, amigo mío, es de noche para mí; sin embargo incluso así, hablo del mediodía que danza sobre las colinas y de la sombra escarlata que se abre paso sigilosamente por el valle; porque tú no puedes oír los cantos de mi oscuridad ni ver mis alas golpear contra los astros. Yo no quisiera dejarte oír ni ver. Preferiría estar a solas con la noche.


Cuando tú asciendes a tu Cielo, yo desciendo a mi Infierno. Incluso entonces tú me llamas a través del infranqueable abismo «Compañero, mi camarada», y yo te respondo: «Camarada, mi compañero», porque no quisiera que vieses mi Infierno. La llama quemaría tus ojos y el humo inflamaría tu nariz. Y amo demasiado mi Infierno como para que tú lo visites. Preferiría estar solo en el Infierno.


Tú amas la Verdad, la Belleza y la Justicia; y yo por ti digo que es bueno y apropiado amar esas cosas. Pero en mi corazón me río de tu amor. Pero no me gustaría que vieras mi risa. Preferiría reírme solo.


Amigo mío, tú eres bueno, cauto y prudente; más aún, eres perfecto, y yo también hablo contigo sabia y cautelosamente. Y, sin embargo, estoy loco. Pero encubro mi locura. Prefiero ser loco solo.


Amigo mío, tú no eres mi amigo, pero ¿cómo hacértelo comprender? Mi camino no es tu camino, sin embargo, caminamos juntos, con las manos unidas.


* * *


LAS SONÁMBULAS


En la ciudad donde nací vivían una mujer y su hija. Las dos eran sonámbulas.


Una noche, mientras el silencio envolvía al mundo, la mujer y la hija, caminando dormidas, se encontraron en su jardín, velado por la niebla.


Habló la madre, y dijo:


—¡Al fin, al fin, mi enemiga! Aquella por quien fue destruida mi juventud, aquella que edificó su vida sobre las ruinas de la mía. ¡Ojalá pudiera matarla!


Habló la hija y dijo:


—¡Oh, mujer odiosa, vieja y egoísta, que se antepone entre mi libertad y yo! ¡Que quisiera transformar mi vida en un eco de su vida ya marchita! ¡Ojalá estuviera muerta!


En ese instante cantó un gallo, y ambas mujeres despertaron.


La madre preguntó:


—¿Eres tú, querida?


Y la hija respondió afectuosamente:


—Sí, madre.


* * *


LOS SIETE YO


En la hora más tranquila de la noche, cuando estaba ya medio dormido, mis siete YO se sentaron a conversar en voz baja.


PRIMER YO: Aquí, en este loco, he vivido todos estos años sin tener otra cosa que hacer sino renovar su dolor durante el día y recrear su tristeza por la noche. No puedo soportar más tiempo mi destino y me rebelaré.


SEGUNDO YO: Tu suerte es mejor que la mía, hermano, porque a mí se me asignó ser el YO alegre de este loco. Yo río su risa y canto sus horas felices, y con pies tres veces alados danzo sus más luminosos pensamientos. Soy yo quien debe rebelarse contra una existencia tan fatigosa.


TERCER YO: ¿Y qué tendría que decir yo, entonces, YO amoroso, encargado de la antorcha ardiente de pasiones salvajes y fantásticos deseos? Soy yo, el YO enfermo de amor, quien se rebela contra este loco.


CUARTO YO: Entre todos vosotros, yo soy el más desdichado, porque nada me fue dado sino el abominable odio y destructivo rencor. Soy yo, el YO tempestuoso, el único nacido en las negras cavernas del Infierno, quien debería protestar de tener que seguir al servicio de un loco.


QUINTO YO: No. Soy yo, el YO pensante, el YO imaginativo, el YO hambriento y sediento, el único condenado a vagar sin descanso en busca de cosas desconocidas y de cosas todavía no creadas. Soy yo y no vosotros el que debe rebelarse.


SEXTO YO: ¿Y yo? Soy el YO trabajador, el insignificante obrero que con sus manos pacientes y sus ojos anhelantes transforma los días en imágenes y da a los elementos amorfos formas nuevas y eternas. Soy YO, el solitario quien debe rebelarse contra este inquieto loco.


SÉPTIMO YO: Qué extraño es que todos queráis rebelaros contra este hombre por tener cada uno de vosotros un destino determinado que cumplir. ¡Ah, ojalá fuera yo como uno de vosotros y tuviera también un YO con un determinado destino! Pero no tengo ninguno, soy el YO sin ocupación, el que se sienta en silencio, vacío de tiempo y espacio, mientras vosotros estáis ocupados recreando la vida. ¿Sois vosotros o yo, compañeros, quien debe rebelarse?


Cuando el séptimo YO hubo hablado, los otros seis lo miraron apenados, pero no dijeron nada. Y cuando la noche se hizo más profunda uno tras otro se fueron a dormir arropados en una nueva y satisfecha sumisión.


Pero el séptimo YO permaneció despierto, mirando la nada que está detrás de todas las cosas.


* * *


GUERRA


Una noche hubo una fiesta en palacio, y fue un hombre y se prosternó ante el príncipe. Todos los invitados lo miraron y vieron que le faltaba uno de los ojos y que la cuenca vacía sangraba.


El príncipe le preguntó:


—¿Qué te ha sucedido?


Y el hombre respondió:


—Oh príncipe, soy un ladrón profesional y esta noche, al ver que no había luna, fui a robar a la casa del cambista. Cuando entraba por la ventana, me equivoqué y entré en el taller del tejedor. En la oscuridad tropecé con el telar, que me arrancó el ojo. Y ahora, oh príncipe, vengo a pedir justicia contra el tejedor.


Entonces, el príncipe mandó llamar al tejedor, y cuando lo tuvo delante ordenó que le arrancasen uno de sus ojos.


—Oh príncipe —dijo el tejedor—, tu orden ha sido justa. Está bien que me hayas hecho arrancar uno de los ojos, pero, desgraciadamente, mis dos ojos me eran necesarios para poder ver la tela que tejo. Tengo un vecino que es zapatero remendón y posee también dos ojos, y para su oficio no necesita los dos ojos.


Entonces el príncipe mandó llamar al zapatero. Y cuando se presentó ante él le fue arrancado un ojo.


Y así se hizo justicia.


* * *


EL REY SABIO


Había una vez un rey sabio y poderoso que gobernaba en la remota ciudad de Wirani. Y era temido por su poder y amado por su sabiduría.


En el corazón de aquella ciudad había un pozo cuya agua era fresca y cristalina, y de ella bebían todos los habitantes, incluso el rey y sus cortesanos, porque en Wirani no había otro pozo.


Una noche, mientras todos dormían, una bruja entró en la ciudad y derramó siete gotas de un extraño líquido en el pozo, y dijo:


—De ahora en adelante, todo el que beba de esta agua se volverá loco.


A la mañana siguiente, salvo el rey y su gran chambelán, todos los habitantes bebieron el agua del pozo y enloquecieron, tal y como había predicho la bruja.


Y durante aquel día, todas las gentes no hacían sino susurrar el uno al otro en las calles estrechas y en las plazas públicas:


—El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán han perdido la razón. Naturalmente, no podemos ser gobernados por un rey loco. Es preciso destronarlo.


Aquella noche, el rey ordenó que le llenasen un vaso de oro con agua del pozo. Y cuando se lo trajeron, bebió copiosamente y dio de beber a su gran chambelán.


Y hubo un gran regocijo en aquella remota ciudad de Wirani, porque el rey y su gran chambelán habían recobrado la razón.


* * *


EL SEPULTURERO


Una vez, cuando estaba sepultando a mis YO muertos, se me acercó a mí el sepulturero y me dijo:


—De todos los que vienen aquí a sepultar, tú eres el único al que amo.


Le dije:


—Tus palabras me regocijan, pero dime, por favor, ¿por qué me amas?


—Porque todos llegan llorando y se marchan llorando. Y tú eres el único que llega riendo y se marcha riendo.


* * *


LA NOCHE Y YO


—Soy como tú, oh Noche: oscuro y desnudo. Sigo por el camino en llamas que está sobre mis sueños y cada vez que mi pie toca la tierra, brota allí un roble gigantesco.


—No, tú no eres como yo, oh Loco, porque aún miras hacia atrás para medir la huella que dejaste en la arena.


—Soy como tú, oh Noche: silencioso y profundo. Y en el corazón de mi soledad hay una diosa que está dando a luz un hijo, y en él se tocan el Cielo y el Infierno.


—No tú no eres como yo, oh Loco, porque aún te estremeces ante el dolor, y la canción del abismo te espanta.


—Soy como tú, oh Noche: salvaje y terrible; porque mis oídos están llenos de los gritos de naciones conquistadas y de suspiros de tierras olvidadas.


—No, tú no eres como yo, oh Loco, porque aún tomas a tu pequeño Yo por compañero y no logras ser amigo de tu Yo gigantesco.


—Soy como tú, oh Noche: cruel y temible; porque mi pecho está iluminado por navíos en llamas, y mis labios están húmedos con la sangre de guerreros asesinados.


—No, tú no eres como yo, oh Loco, porque aún tienes deseos de tu alma gemela, y no te has convertido en la única ley para ti mismo.


—Soy como tú, oh Noche: jovial y alegre; porque aquel que duerme bajo mi sombra está borracho con vino virgen, y aquella que me sigue peca alegremente.


—No, tú no eres como yo, oh Loco, porque tu alma está envuelta en el velo de los siete dobleces, y no llevas tu corazón sujeto en tu mano.


—Soy como tú, oh Noche: paciente y apasionado; porque en mi pecho, mil amantes muertos están sepultados en mortajas de besos marchitos.


—¿Eres, Loco, de verdad como yo? ¿Eres como yo? ¿Puedes cabalgar en la tempestad como si fueras un corcel y empuñar como espada al relámpago?


—Como tú, oh Noche, como tú, soy alto y poderoso. Y mi trono está edificado sobre montones de dioses caídos, y ante mí también pasan los días para besar el borde de mi vestido, pero jamás para mirarme a la cara.


—¿Eres como yo, hijo de mi más oscuro corazón? ¿Y piensas mis pensamientos indómitos y hablas mi cósmico lenguaje?


—Sí, somos gemelos, oh Noche, porque tú revelas el espacio y yo revelo mi alma.


* * *


CRUCIFICADO


Grité a los hombres:


—¡Quiero ser crucificado!


Y ellos dijeron:


—¿Por qué ha de caer tu sangre sobre nuestras cabezas?


Y respondí:


—¿De qué otra manera seréis glorificados si no crucificáis a los locos?


Comprendieron y fui crucificado. Y la crucifixión me calmó.


Y cuando estaba suspendido entre la tierra y el cielo alzaron sus cabezas para mirarme, y se llenaron de gozo, porque nunca antes habían usado la cabeza. Pero mientras me observaban, uno de ellos preguntó:


—¿Qué intentas expiar?


Y otro gritó:


—¿Por qué causa te sacrificas?


Y un tercero dijo:


—¿Piensas comprar a semejante precio la gloria del mundo?


Entonces un cuarto dijo:


—¡Mirad cómo sonríe! ¿Puede perdonarse un dolor así?


Y a todos respondí:


—Recordad tan sólo que sonreí. Nada expío, por nada me sacrifico, no deseo gloria y nada tengo que perdonar. Tenía sed y os pedí que me dieseis mi sangre para beberla, porque ¿qué otra cosa puede apagar la sed de un loco sino su propia sangre? Yo estaba mudo y os pedí que me hicieseis heridas que me sirvieran de bocas. Estaba prisionero de vuestros días y de vuestras noches y busqué una puerta para días y noches mejores. Y ahora me voy tal y como otros crucificados se han ido. Y no penséis que estamos cansados de crucifixiones. Es preciso que haya crucificados por hombres mejores, en tierras mejores y en mejores cielos.


* * *


EL OJO


Dijo el Ojo un día:


—Veo más allá de estos valles una montaña velada por niebla azul. ¿Verdad que es hermosa?


El Oído se puso a escuchar, y después de haber escuchado atentamente durante un tiempo dijo:


—Pero ¿dónde está esa montaña? ¡Yo no la oigo!


Entonces habló la Mano, y dijo:


—En vano trato de palparla o tocarla; no encuentro montaña alguna.


La Nariz dijo:


—No hay ninguna montaña. No puedo olerla.


Entonces el Ojo se volvió hacia otro lado, y todos comenzaron a discutir la extraña alucinación del Ojo. Y decían:


—A este Ojo debe de pasarle algo.


* * *


CUANDO NACIÓ MI TRISTEZA


Cuando nació mi Tristeza la crié con cariño y la cuidé con amorosa ternura.


Y mi Tristeza creció como todas las cosas vivientes: fuerte y bella y llena de delicias sorprendentes.


Y nos amábamos el uno al otro, mi Tristeza y Yo, y amábamos al mundo que nos rodeaba, porque la Tristeza tenía un corazón bondadoso, y el mío era bondadoso con la Tristeza.


Y cuando conversábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días eran alados y nuestras noches estaban enmarcadas de ensueños, porque la Tristeza tenía una lengua elocuente, y la mía era elocuente con la Tristeza.


Y cuando cantábamos juntos, mi Tristeza y yo, nuestros vecinos se sentaban en las ventanas para escuchar, porque nuestras canciones eran tan profundas como el mar y nuestras melodías estaban llenas de extrañas remembranzas.


Y cuando caminábamos juntos, mi Tristeza y yo, la gente nos miraba con ojos tiernos y murmuraba palabras de inexpresable dulzura. Y había quienes nos miraban con una indisimulada envidia, porque la Tristeza era una cosa noble, y yo estaba orgulloso con la Tristeza.


Pero murió mi Tristeza, como todas las cosas vivientes; y ya solo, me entregué al estudio y la meditación.


Y ahora, cuando hablo, mis palabras resuenan pesadas en mis oídos.


Y cuando canto, mis vecinos no vienen a escuchar mis canciones.


Y cuando camino por las calles, nadie me mira.


Sólo en mi sueño oigo voces que dicen con pena: «Mirad, ahí está el hombre cuya Tristeza ha muerto».


* * *


Y CUANDO NACIÓ MI ALEGRÍA


Cuando nació mi Alegría, la llevé en mis brazos y subí a lo alto de la casa para gritar:


—¡Venid, vecinos míos, venid y contemplad, porque hoy ha nacido mi Alegría! ¡Venid pues y contemplad esta alegre cosa que ríe al sol!


Pero ninguno de mis vecinos vino a ver mi Alegría, y fue grande mi desencanto.


Y todos los días durante siete lunas proclamé mi Alegría desde lo alto de mi casa, y nadie me escuchó. Y mi Alegría y yo nos quedamos solos sin que nadie nos buscara o nos visitara.


Mi Alegría fue empalideciendo y fatigándose, porque ningún otro corazón sino el mío admiraba su belleza, y ningunos otros labios sino los míos besaban sus labios.


Después mi Alegría se murió de soledad.


Y ahora tan sólo recuerdo mi muerta Alegría cuando recuerdo mi Tristeza muerta. Pero el recuerdo es una hoja de otoño que murmura por un instante al viento, y luego ya no se la escucha más.

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