sábado, 4 de enero de 2020

Ambrose Bierce - 99 fábulas (selección)

99 FÁBULAS
(SELECCIÓN)


por AMBROSE BIERCE


3. El Patriota Ingenioso

Tras obtener audiencia con el Rey, un Patriota Ingenioso sacó un papel del bolsillo y dijo:

—Majestad, tengo aquí una fórmula para construir blindajes que ninguna bala de cañón podrá perforar. Si la Armada Real los adopta, nuestros barcos de guerra serán invulnerables y por lo tanto invencibles. Aquí están, también, los informes de los ministros de su Majestad que dan fe del valor de mi invento. Cederé mis derechos por un millón de tuntunes.

El Rey examinó los documentos, los apartó y prometió al hombre que daría al tesorero mayor del Departamento de Extorsiones la orden de pagarle un millón de tuntunes.

—Y aquí —dijo el Patriota Ingenioso, sacando otro papel de otro bolsillo— están los planos de un cañón que he inventado y que perforará ese blindaje. El real hermano de vuestra Majestad, el Emperador de Bang, tiene mucho interés en comprarlos, pero mi lealtad al trono y a la persona de vuestra Majestad me obliga a ofrecerlos primero a vos. El precio es un millón de tuntunes.

Después de recibir la promesa de un nuevo cheque, el inventor metió la mano en otro bolsillo.

—El precio del cañón irresistible —observó— habría sido mucho mayor, Majestad, si no resultara tan fácil desviar las balas usando mi tratamiento especial de los blindajes con un novedoso…

El Rey llamó por señas al Gran Factótum.

—Registra a este hombre —ordenó—, y dime cuántos bolsillos tiene.

—Cuarenta y tres, señor —dijo el Gran Factótum al concluir su trabajo.

—Majestad —gritó el Patriota Ingenioso, aterrorizado—, uno de ellos contiene tabaco.

—Cuélgalo de los tobillos y sacúdelo —dijo el Rey—; después dale un cheque por cuarenta y dos millones de tuntunes y ejecútalo. Hecho eso, prepara un decreto donde se declare el ingenio delito capital.


***


6. Padre e Hijo


—Hijo mío —dijo un anciano Padre a su fogoso y desobediente Hijo—, el mal carácter es tierra fértil para el remordimiento. Prométeme que la próxima vez que te enfurezcas contarás hasta cien antes de actuar o hablar.

Apenas el Hijo hubo terminado de hacer la promesa, recibió del bastón paterno un doloroso golpe, y cuando llevaba contado hasta setenta y cinco tuvo la desdicha de ver cómo el viejo subía a un coche que había allí esperando y se alejaba a toda velocidad.


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11. El hombre que no tenía enemigos


Una Persona Inofensiva que caminaba por un lugar público fue atacada y ferozmente golpeada con un garrote por un Desconocido.

Cuando el Desconocido del garrote fue llevado a juicio, el demandante dijo al Juez:

—No sé por qué me atacó; no tengo un solo enemigo en el mundo.

—Por eso le pegué —dijo el acusado.

—Suelten al prisionero —ordenó el Juez—. Un hombre que no tiene enemigos no tiene amigos. Los tribunales no están hechos para esas personas.


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15. El diplomático inalterado


Durante muchos años la república de Madagonia había estado muy bien representada en la corte del Rey de Patagascar por un oficial con el grado de dazí, pero un día el Parlamento madagonio le confirió el rango superior de dandi. Al día siguiente, después de recibir la noticia de esa nueva dignidad, se apresuró a informar del cambio al Rey de Patagascar.

—Ah, sí, entiendo —dijo el Rey—: te han ascendido y te han aumentado el sueldo y el complemento para gastos. Te han asignado más fondos.

—Sí, Majestad.

—Y ahora tienes dos cabezas, ¿verdad?

—Oh, no, Majestad… sólo una, os lo aseguro.

—¿De veras? ¿Y cuántas piernas y brazos?

—Dos y dos, señor… sólo dos y dos.

—¿Y sólo un cuerpo?

—Sí, sólo un cuerpo, como podéis ver.

El monarca se quitó la corona, pensativo; se rascó la real cabeza y tras un momento de silencio dijo:

—Tengo la sensación de que están tirando el dinero. Me pareces el mismo idiota de antes.


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17. Los socorristas


Setenta y cinco Hombres se presentaron al Presidente de la Sociedad Humanitaria y reclamaron la gran medalla de oro que se confería a los salvadores de vidas.

—Sí, por supuesto —dijo el Presidente—. Con esmerado esfuerzo, tantos hombres deben de haber salvado un número considerable de vidas. ¿Cuántas habéis salvado?

—Setenta y cinco, señor —dijo el portavoz del grupo.

—Ah, entiendo, eso significa una cada uno; muy buen trabajo, de veras —dijo el Presidente—. No sólo recibiréis la gran medalla de oro de la Sociedad sino que seréis recomendados para empleos en los diversos puestos de salvamento de la costa. Pero ¿cómo hicisteis para salvar tantas vidas?

—Somos agentes de la ley —respondió el portavoz—, y acabamos de abandonar la persecución de dos bandidos asesinos.


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23. Cuestión de método


Un Filósofo, al ver a un Tonto que golpeaba a un Asno, dijo:

—Detente, hijo, detente; te lo imploro. Quienes recurren a la violencia, sufrirán violencia.

—Eso —dijo el Tonto, apaleando sin descanso al animal— es lo que le estoy tratando de enseñar a esta bestia, que me ha pateado.

—No hay duda —se dijo el Filósofo, mientras se alejaba— de que la sabiduría de los tontos no es más profunda ni más auténtica que la nuestra, pero parece que los tontos saben impartirla de un modo más impresionante.


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29. El Cadí Honrado


Un Ladrón que había despojado a un Mercader de mil piezas de oro fue llevado ante el Cadí, quien le preguntó si tenía algo que declarar para no ser decapitado.

—Señoría —dijo el Ladrón—, no pude evitar llevarme ese dinero, porque así me hizo Alá.

—Tu defensa es ingeniosa y sólida —dijo el Cadí—, y debo absolverte del cargo de criminalidad. Desgraciadamente, Alá también me ha hecho de tal modo que no tengo más remedio que sacarte la cabeza… a menos —agregó, pensativo— que me ofrezcas la mitad del oro, pues Él me ha hecho débil ante la tentación.

El Ladrón puso entonces quinientas piezas de oro en la mano del Cadí.

—Muy bien —dijo el Cadí—. Ahora sólo te sacaré la mitad de la cabeza. Para mostrar mi confianza en tu discreción, dejaré intacta la mitad con la que hablas.


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37. Optimista


Dos Ranas, en el vientre de una culebra, comentaban su anómala situación.

—Vaya mala suerte que hemos tenido —dijo una.

—Es muy pronto para sacar conclusiones —dijo la otra—; estamos en un sitio húmedo y no nos falta alojamiento ni comida.

—Lo del alojamiento es cierto —dijo la Primera Rana—; pero no veo lo de la comida.

—Tú siempre protestando —explicó la otra—. La comida somos nosotras.


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46. Dos Políticos


Dos Políticos intercambiaban ideas acerca de las recompensas de la función pública.

—El premio que más deseo —dijo el Primer Político— es la gratitud de mis conciudadanos.

—Eso sin duda debe de ser muy gratificante —dijo el Segundo Político—, pero para obtenerla no hay más remedio que retirarse de la política.

Por un instante los dos se miraron con indescriptible ternura; entonces el Primer Político murmuró:

—¡Hágase la voluntad divina! Ya que no hay esperanzas de recibir ese premio, conformémonos con lo que tenemos.

Y sacando la mano derecha del tesoro público, juraron darse por satisfechos.


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51. El yerno deseable


Una Persona Verdaderamente Piadosa que dirigía una caja de ahorros y que había prestado dinero a sus hermanas y a sus primos y a sus tíos y tías, fue abordada por un Andrajoso, que solicitó un préstamo de cien mil dólares.

—¿Qué garantía tiene para ofrecer? —preguntó la Persona Verdaderamente Piadosa.

—La mejor del mundo —respondió el solicitante, muy confiado—; me voy a convertir en su yerno.

—Sería entonces una inversión de bajo riesgo —dijo el banquero con voz grave—, pero ¿qué méritos tiene para pedir la mano de mi hija?

—Uno difícil de rechazar —dijo el Andrajoso—. Voy a valer cien mil dólares.

Incapaz de detectar un solo punto débil en ese esquema de mutua conveniencia, el financista dio al promotor disfrazado un cheque por el dinero y escribió una nota a su mujer ordenándole que quitara a la muchacha del inventario.


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53. La economía de los fuertes


Un Hombre Débil que iba cuesta abajo se encontró con un Hombre Fuerte que subía, y dijo:

—No voy en esta dirección por decisión propia sino porque requiere menos esfuerzo. Le ruego, señor, que me ayude a regresar a la cima.

—Con mucho gusto —dijo el Hombre Fuerte, con el rostro iluminado por un glorioso pensamiento—. Siempre he visto mi fortaleza como un don sagrado al servicio de mi prójimo. Lo llevaré conmigo. Póngase detrás y empuje.


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55. El árbitro indiferente


Dos Perros que habían estado peleando por un hueso, sin que ninguno consiguiera imponerse, llevaron la disputa a una Oveja. La Oveja escuchó con paciencia ambas declaraciones y después arrojó el hueso a un charco.

—¿Por qué hiciste eso? —preguntaron los Perros.

—Porque —respondió la Oveja— soy vegetariana.


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69. La Dama Fortuna y el Viajero


Un fatigado Viajero que se había quedado dormido en el borde de un profundo pozo fue hallado por la Dama Fortuna.

—Si este tonto —dijo la Dama Fortuna— tuviera una pesadilla y cayera al pozo, la gente diría que fui yo la causante. Resulta doloroso verse tan injustamente acusada, así que me encargaré de que eso no suceda. Dicho eso empujó al hombre al pozo.


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74. El Arquero y el Águila


Un Águila mortalmente herida por un Arquero sintió un gran alivio al descubrir que la pluma que llevaba la flecha era una pluma suya.

—De veras hubiera sido muy desagradable —dijo— pensar que había otra águila metida en esto.


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80. El Corcel de Guerra y el Molinero


Enterado de que el Estado iba a ser invadido por un ejército hostil, el Corcel de Guerra de un Coronel de la Milicia ofreció sus servicios a un Molinero que pasaba por el lugar.

—No —dijo el patriótico Molinero—, no emplearé a nadie que deserte de su posición en la hora del peligro. Es dulce morir por la patria.

El sentimiento le resultaba conocido, y al mirar al Molinero con más atención el Corcel de Guerra reconoció a su amo disfrazado.


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88. La Liebre y la Tortuga


Una Liebre que había ridiculizado los lentos movimientos de una Tortuga, fue desafiada por ésta a disputar una carrera en la que un Zorro, situado en la meta, oficiaría de juez. Salieron al mismo tiempo, la Liebre al máximo de velocidad y la Tortuga, que no tenía otra intención que obligar a su antagonista a realizar un esfuerzo, sin ninguna prisa. Después de caminar un rato, la Tortuga descubrió a la Liebre tendida al borde del camino, aparentemente dormida, y al ver en eso una oportunidad de ganar la carrera se esforzó al máximo, y llegó a la meta horas más tarde, muy fatigada y atribuyéndose la victoria.

—No, te equivocas —dijo el Zorro—; la Liebre estuvo aquí hace rato y volvió al camino a darte ánimos.


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93. La Zorra, el Oso y el León


Los Ladrones que habían robado un Piano y que no conseguían dividir adecuadamente el botín decidieron recurrir a la ley, y continuaron la disputa mientras pudo cada uno robar un dólar para sobornar al juez. Cuando no tuvieron más que ofrecer, apareció un Hombre Honrado que por una única y reducida suma obtuvo una sentencia favorable y se llevó el Piano a casa, donde lo usó su hija para desarrollar los músculos de los bíceps hasta convertirse en una famosa boxeadora.


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96. La Lechera y la Cántara


Un Senador se entregó a las siguientes meditaciones: «Con el dinero que obtendré por mi voto a favor del proyecto para subvencionar criaderos de gatos, podré comprar un juego de herramientas de ladrón y abrir un banco. El producto de esa empresa me permitirá conseguir un largo barco negro, enarbolar la bandera de la calavera y las tibias y dedicarme al comercio en alta mar. Con las ganancias de esa actividad podré pagar la Presidencia, que a 50.000 dólares por año me dará en cuatro años…».

Pero tanto tardó en hacer el cálculo que el proyecto para subvencionar criaderos de gatos pasó sin su voto y no tuvo más remedio que volver honrado ante sus electores, atormentado por una conciencia limpia.


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99. Las Liebres y las Ranas


Al enterarse de que eran los peores ladrones del mundo, los Miembros de la Asamblea Legislativa decidieron suicidarse. Compraron mortajas y las pusieron en un sitio adecuado mientras se preparaban para degollarse. Cuando estaban afilando los cuchillos, unos Vagabundos que pasaban por el lugar robaron las mortajas.

—Vivamos, amigos —dijo uno de los Legisladores a los demás—; el mundo es mejor de lo que pensábamos. Hay en él peores ladrones que nosotros.